Queridos amigos:
En esta madrugada de julio del 2013, cercana a la fecha en que se conmemora el "Día Mundial de la Hepatitis" quiero contarles una historia con la única intención de que a nadie le pase lo mismo que a su protagonista.
Una protagonista tonta, desinformada, que cayó en las garras de dos silencios temibles.
Uno, el eterno silencio gubernamental y otro, el silencio de la propia enfermedad: la Hepatitis.
La maldita intenta pavonearse por ser uno de los mayores flagelos del mundo, como si eso fuera bueno. Pero el silencio abrumador, la relega. Y por ello la Hepatitis no es popular, tampoco sexy, por lo tanto no aparece en las charlas televisivas amarillas, ni en las revistas hot.
Pero ataca y solapadamente destruye. Hace añicos el órgano vital. Es mala, muy mala.
Frente a ella existen dos clases de personas.
Las que saben que la tienen y las que no.
La protagonista de la historia que les refiero, no supo que la tenía durante años y cuando se enteró (de casualidad) había ingresado por un camino casi sin retorno.
¿Buscamos culpables como hacemos siempre frente a la adversidad? Y si les gusta, busquemos. Aunque acá hubo uno solo. La ignorancia. La doble ignorancia: primero la del médico que la atendió durante cinco años sin pensar que podía tener Hepatitis y segundo la de ella que de Hepatitis solo sabía que existía la A, esa que todos tenemos cuando somos chicos, que nos pone el pipí oscuro y la popó blanca y prácticamente se cura sola.
Pero nuestra protagonista tenía Hepatitis C, y cuando se la descubrieron su hígado iba hacia la cirrosis. Quizá cinco años antes le hubiera venido mejor el tratamiento de cuarenta y ocho semanas. Tratamiento largo, costoso, difícil. ¿Y saben qué?
Dicen que no se curó. Cosa que, en secreto, no comparto. En realidad si le sacan un poquito de sangre le encuentran el virus maldito (1b es el apodo, ¿simpático no?), por eso dicen que no se curó.
Pero ella habla de un pacto.¡Sí! Así como se los cuento. ¡Ha hecho un pacto con los virus! Ellos no le atacan el hígado con la condición de que ella no le mande más las drogas.
¿Cuál es el resultado de eso?
¡Ella anda muy bien!
Pensemos juntos: así las cosas ¿en qué consiste curarse?
Saquen sus conclusiones.
Por eso ella, ahora que conoce a las Hepatitis me pidió que les escribiera esta carta.
"Existen varias clases de Hepatitis. Nosotros debemos ir en búsqueda de la B y la C, porque si van a la cronicidad se podría terminar mal, muy mal. Vacúnense. Exijan su detección, es su derecho. Ahora más que nunca ya que gracias a la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos ¡comenzaron a sacudirse la modorra!"
Se preguntarán qué hacer:
Primero: Desde los trece años hasta los cien, vacunarse cada diez años contra la Hepatitis B que es muy virulenta, se transmite por sangre, sexo y por compartir jeringas. Un beso muy apasionado, una lastimadura en las mucosas y ¡sonaste! ¡Hay vacunas y son gratuitas! Las tres dosis, claro.
Para la C no hay vacunas. Es una pena. Pero ya llegará el día.
Segundo: buscar las Hepatitis, romper su silente actitud. Una charla con un buen médico y una simple extracción de sangre. Se pide Hepatitis B y Hepatitis C y listo.
¿Si da positivo? continuar con sabiduría. El buen doctor los llevará a buen puerto.
Mi amiga pide que les recuerde que donar sangre no solo es una maravillosa actitud solidaria, sino que sirve para que ¡gratuitamente! nos hagamos un chequeo completísimo.
¡Terminemos con la ignorancia. ¡Popularicemos las Hepatitis, para vencerlas! ¡Conozcámoslas!
Espero me disculpen, pero la ocasión me impulsa a dejarles una frase de don Luis Landriscina:
"Si el destino es primavera, que no nos pare el invierno"
Hasta siempre amigos.
Edith Michelotti
Grupo Hepatitis Rosario