Hepatitis C, libro y cuento

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Enemigos silenciosos

Edith Lucrecia Michelotti escribió un libro sobre su experiencia con la hepatitis C y su tratamiento, llamado "Enemigos silenciosos", una historia real de la vida, fue publicado por Laborde Editor, con prologo del Dr. Hugo Tanno.El libro fue presentado en Octubre de 2006 en el Circulo Medico de Rosario

Acontinuación les dejamos un cuento que nos enviara Edith para compartir con todos ustedes.

Cuento de Edith L. Michelotti

LA HEPATITIS C Y EL ALMA

Dedicado a todas aquellas personas que en un determinado momento de sus vidas se ven sorprendidas por una enfermedad muy cruenta y no encuentran el camino adecuado para posicionarse frente a ella.

Erase una vez en un reino muy cercano una mujer grande, muy cansada y un tanto entristecida; de niña había soñado ser como las princesitas de los cuentos y encontrar al príncipe ideal para ser muy, pero muy feliz. Durante su primera juventud se preparó con ahínco para lograrlo. Estudió, escuchó atentamente a los sabios, puso sus jóvenes oídos en la música, incorporó todos los conocimientos posibles y arribó así tempranamente al matrimonio marcado por siglos de costumbre y tradición. La reina madre frotaba sus manos con alegría ya que el príncipe se presentaba como el especial para su joven niña.

Y este podría ser el final del cuento pero ¡oh tristeza! Sólo era el principio.

Para lo que seguía nadie la había educado y fue así que nuestra pobre niña se arregló como pudo o como se le ocurrió, convenciéndose de a poco que todo el cariño y el entusiasmo que ponía para llevar adelante su familia, eran suficientes para encontrar la tan soñada felicidad.

Se equivocaba con mucha frecuencia, pero no se daba cuenta, seguía y seguía aún cuando se sentía desfallecer. Su fuerza de voluntad era envidiable.

Hasta que un día, comprendiendo por fin que ese hombre no era el príncipe soñado ni mucho menos, tomó a sus pequeños herederos y marchó nuevamente por la vida en esa incesante búsqueda.

Se encontró sola y se asustó bastante, y fue así que el primer hombre glamoroso que se le presentó, fue dibujado por ella a imagen y semejanza de sus fantasías. Lo construyó perfecto, ya que así lo necesitaba. Respiró profundo, quizás fuera esa la felicidad.

Y dejó así transcurrir el tiempo, equivocándose una y otra vez. Mas no se sentía mal, estaba convencida de que brindarse incondicionalmente a los demás era la senda correcta. Se cargaba de trabajo, dormía muy poco y no se daba espacio para reflexionar.

Arribó así a la juventud de la vejez, y fue recién allí que estuvo preparada para comprender en que consistía la vida. El porqué fue en ese momento y no antes, quedaría en sus tantas preguntas sin respuestas. Lo cierto es que resolvió vivir sola, lo cual a esa edad era muy difícil, lo prefirió a estar tan, pero tan mal acompañada.

Desde su soledad, analizando sus años pasados, comprendió que no conocía el amor de mujer. Sus necesidades le hicieron creer que sí, pero ahora sabía que nunca lo había experimentado. Y lloró lágrimas nuevas, casi como las de quien un día descubre que nunca podrá tener un hijo. Era conciente de su amor de madre, de hija, de abuela, de amiga, pero el vacío mujer estaba clavado desde siempre.

Creyó que moriría sin haberlo conocido y cuando ya se resignaba a esa realidad, ocurrió el milagro traído de la mano del mago Merlín.

Apareció el Amor.

Se entregó a él como hacía siempre con todos, sin límites ni mediciones. Pero esta vez dando y recibiendo por igual. Aprendió a reír con la risa de la mujer que se siente amada, pero mucho más importante aún, que podía por fin amar.

Supo así que la felicidad no tenía edad para presentarse, lo hacía como el maestro que siempre aparece cuando el alumno está preparado.

Y en pleno goce de esta otoñal dicha, cual cruel maldición de la bruja que no fue invitada al bautismo de la princesita, nuestra alegre mujer se enfermó. Y se enfermó muy feo, cayó en las garras de la Hepatitis C, hepatitis que la habría acompañado durante años pero que esperó solapadamente para presentarse justo cuando ella era feliz.

De la mano fuerte y contenedora de uno de sus hijos y junto a su amor, consultó al mejor médico del reino.

Serio, adusto, muy profesional, le hizo estudios muy importantes y al finalizarlos le habló de esta manera:

" señora, su hígado está enfermo desde hace mucho tiempo, un virus cruel lo está atacando, debemos vencerlo, mas la tarea no será fácil ni corta, vamos a necesitar de todo su esfuerzo, también el de su compañero, hijos, sicóloga, amigos, el farmacéutico y el de todos los que se quieran sumar con su afecto y comprensión. Debemos recorrer un largo camino y en su transcurso Ud. puede no sentirse bien por efecto de la medicación que usaremos; fiebre, decaimiento, pérdida de peso, anemia y alteración del carácter tendiente a la depresión se pueden presentar entre otras cosas. No quiere decir esto que los desdichados efectos secundarios se tengan que instalar necesariamente, pero corresponde ponerla en antecedentes. Su fuerza de voluntad, su estado emocional, y la contención de parte de todos, ayudará enormemente a minimizarlos-.

Primero la conmovió la sorpresa, luego la toma de conciencia y los miedos. Las dudas se agolpaban en su alterada cabecita. La primera de ellas fue el temor a perder su amor, se pensó fea, delgada, decaída, triste. Después de tantos años de no ser "mujer" ¿tendría que conformarse con este corto espacio de dos años en los que por primera vez se sentía completa?

Y surgió así la pregunta ineludible ¿qué pasaría si no hacía el tratamiento? La enfermedad había sido descubierta por casualidad ya que no presentaba síntomas que sirvieran para su reconocimiento ¿Y si no la hubieran encontrado?

Pensó junto a su compañero que estos interrogantes debían ser volcados en oídos capaces de comprenderlos y, de común acuerdo resolvieron hablar con el sabio médico, esta vez de una manera distinta, absolutamente humana.

El encuentro se produjo una mañana de abril. Nuestra entristecida mujer le brindó al sabio una apretada síntesis de su vida pasada y de la actual.

La emoción embargaba el ambiente, el médico y su compañero escuchaban atentamente su relato. Finalmente enumeró sus preguntas.

El maestro reflexionó en silencio y luego, con la calidad que distingue a los grandes, emitió palabras  que tuvieron el sonido de una clase magistral.

_" El cuerpo es la jaula del alma"_comenzó diciendo. Hasta aquí Ud. me ha consultado siempre por su cuerpo, hoy lo hace por su alma, y yo le agradezco que me ubique en la situación del ser humano que también soy. Oportuna y centrada su posición, más debo decirle que comprendo sus sentimientos perfectamente. Es Ud. en ese sentido muy parecida a mí, omnipotente, acostumbrada por siempre a solucionar los problemas de todos, a entregarse sin límites. Hoy le toca un aprendizaje muy fuerte, debe recibir y de paso aprender a hacerlo. Le vamos a brindar, querida señora, todo lo que necesite, iremos solucionando los problemas a medida que se presenten.

Los ojos del sabio comenzaron a brillar de un modo especial, ambos lo notaron pese a las lágrimas que ya embargaban los suyos. Sin ocultar su emoción secaba sus ojos y continuaba hablando para finalizar diciendo que en este caso el esposo era un gran contenedor, situación que no se daba frecuentemente y que al finalizar el tratamiento nos encontraríamos los tres con dos cosas: un virus eliminado por completo, y un vínculo de pareja fortalecido hasta lo inimaginable.

La fuerza que transmitieron las palabras del sabio calaron profundamente en nuestra querida señora. El mejor médico del reino la trataría a ella como lo que era, una mujer con sus circunstancias y también enferma de hepatitis C.

Resolvió, una vez más, como lo había hecho siempre: apostó por la vida.

Edith Lucia Michelotti

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