El Hospital Muñiz de Buenos Aires cumple 100 años

Dejamos aquí esta excelente nota que refleja la labor realizada en el Hospital Muñiz.

Me he atendido en este hospital y se de la gente que trabaja dia a dia , tirando siempre para adelante y soñando con presupuestos que alcancen para tantas necesidades ..
Nuestra sincera gratitud por la labor científica y humana que realizan
Hepatitis C 2000 (Eduardo P.P)
Historias de la lucha cotidiana contra el sida en el Hospital Muñiz

*Centro asistencial porteño de referencia nacional y regional en enfermedades infectocontagiosas
15/11/2004Atienden entre 12.000 y 14.000 consultas al mes, el 80% por VIH. Sus profesionales, especialistas en epidemiología, tienen más riesgo de contagiarse enfermedades.Cómo es enfrentarlo día a día ?Le pusieron el nombre de un médico que murió atendiendo a los enfermos de la fiebre amarilla y lo mandaron al confín de la ciudad: un puñado de bañados interminables con vista a un cementerio. ¿A qué otro paisaje podía mirar el hospital de las pestes de Buenos Aires? Hoy el camposanto es una plaza y la ciudad no termina más en Parque Patricios, pero el hospital Francisco Muñiz sigue honrando su nombre en cada consulta. Acaba de cumplir cien años y sus pasillos a la cal vieron pasar cada una de las epidemias porteñas: la de polio de la década del 50, el brote de sarampión de 1969, el hantavirus en 1996. Hoy su nombre es casi inseparable de la más moderna, el sida.

La mayoría de sus pacientes se atiende por VIH. No son los únicos: la segunda causa de consulta es la tuberculosis. Le siguen la neumonía, el botulismo, la leptospirosis, el tétanos y la lepra, todas infectocontagiosas. Y el Muñiz es el hospital de referencia nacional y regional para atenderlas. Por ejemplo, hace tres años actuó ante la supuesta amenaza de ántrax, analizando 8.000 muestras.

Se calcula que el 80% de sus pacientes no vive en Capital. "La cantidad más grande viene del conurbano y después del interior del país", cuenta su director, José del Mármol. Al igual que los 600 médicos y enfermeras que trabajan en el hospital, Del Mármol es epidemiólogo, una especialidad que le ve la cara a la muerte mucho más seguido que otras de la medicina.

"Uno viene todos los días como a cualquier otro trabajo "”dice Del Mármol"”. La angustia se maneja, pero no te voy a negar que hemos tenido brotes de hipocondría mayores. Los primeros tiempos del sida, por ejemplo". El primer caso de VIH en Buenos Aires apareció en 1984 y, como toda enfermedad desconocida, fue a parar al Muñiz.

"Ahora sabemos mucho de cómo tratarlo y cómo no contagiarse, pero en aquel momento era algo desconcertante. No conocíamos cómo se transmitía ni de dónde venía. Los pacientes eran muy jóvenes y se morían uno tras otro. Para algunos colegas el impacto fue tan fuerte que debieron alejarse de la profesión por un tiempo", recuerda.

El Muñiz es uno de los 33 hospitales que dependen del Gobierno porteño. Tiene una planta de 926 trabajadores, de las cuales 300 son médicos, otros tantos enfermeros y el resto administrativos. Cada uno, desde la señora que limpia las salas hasta las chicas que tramitan las internaciones, debe cumplir estrictas normas de bioseguridad, que incluyen desde guantes hasta escafandras en el caso de atender un parto de una paciente VIH positiva.

El índice de contagio laboral no supera el 1%. "Un poco más alto que en un hospital común, pero bajo en esta especialidad", aclara el director. Y el sida es la causa de contagio menor. "Nadie tiene por qué contagiarse si sigue los procedimientos. Siempre surgen accidentes, como pinchaduras, pero su índice de transmisión es muy bajo. Tuvimos 200 casos y sólo uno resultó positivo. Son más peligrosas las enfermedades que comprometen el aparato respiratorio, como la tuberculosis. De cualquier modo, hoy los epidemiólogos la pasamos mejor que en la época de Muñiz".

Otras cosas cambiaron en el siglo de vida del hospital. Nació como un lazareto al que se mandaba a todas las personas que suponían una amenaza de epidemia. Hasta mitad del siglo pasado la mayor cantidad de pacientes del hospital "”que llegó a tener 1.100 camas"” eran internados. Hoy el número de camas no supera las 400. Muchas de las enfermedades que antes imponían un aislamiento, ahora admiten tratamientos ambulatorios. Pero se disparó el número de consultas: atienden entre 12.000 y 14.000 por mes, el 80% por VIH. El hospital, además, tuvo que levantar un pabellón para presos.

"Muchas otras siguen igual", se lamenta Del Mármol. En su despacho tiene un mapa de la peste de fiebre amarilla trazado en 1894 y lleno de manchas en los arrabales. "¿Si tuviéramos que hacerlo hoy? Sería aún más grande. Las epidemias continúan siendo el principal síntoma de la pobreza. Es muy difícil encontrar un tratamiento para eso".

Enfrentar cara a cara la muerte. Para muchos médicos y enfermeras, su tarea diaria es tan habitual como para otros lo es ir a la oficina o a la fábrica. Pero no puede ser rutinaria. Porque detrás de cada historia clínica hay otra historia, la personal, que tantas veces traduce sus marcas en los indicadores que registran los análisis de laboratorio. En hospitales como el Muñiz, donde esa tensión entre la vida y la muerte se vuelve más extrema porque la línea que las separa es tan delgada, la vocación termina transformándose en sacerdocio. Y quienes lo asumen cumplen una misión más profunda que la de curar un cuerpo: llevar, también, un poco de alivio al alma. UN MEDICO
"No dudé en la residencia"¿Por qué epidemiólogo? "Siempre me gustó la clínica "”explica el doctor Rubén Masini"”, pero tenía la sensación de que al paciente nunca se lo cura, sino que se le encuentra un tratamiento que le mantiene las enfermedades controladas. Pocas veces los médicos nos podemos dar el lujo de curar a alguien, y esta especialidad es una de las pocas que lo otorga".

Masini se recibió de médico en 1967 y, como casi todos los del Muñiz, cursó buena parte de la especialidad en el hospital, donde funcionan dos cátedras de infectocontagiosas de la UBA. "Y, también como casi todos, no dudé en anotarme acá para la residencia", recuerda.

Empezó como concurrente, fue médico de guardia, jefe de servicio y ahora es vicedirector. Lo que más le gusta es la sala y no perdió la vocación nunca, ni cuando se contagió neumonía asistiendo a un paciente de guardia. Después de la terapia intensiva, volvió a atender.

DOS ENFERMERAS

Cuando terminó la escuela de enfermería, en el 68, Mercedes Ceballos pidió ir al Fernández. Le negaron el pedido. "Justo apareció la epidemia de sarampión y nos mandaron a todas acá. Yo pensé "termina esto y me voy". No pudo hacerlo nunca. Hoy es jefa de enfermeras.

Sandra Gagliardo lo decidió en las primeras prácticas. "Me atrapó la gente, la gratitud de los pacientes, los compañeros", detalla. Ambas coinciden en que el Muñiz es un mundo en el que tuvieron que aprender cosas que nunca les enseñaron en la universidad. "La primera vez que atendí a un travesti le llevé una chata "”recuerda Sandra"”. Para mí era totalmente nuevo. Con los pacientes del servicio penitenciario me pasó lo mismo. Un día me dijeron "dame Roche" y después entendí que me pedían un Rohypnol, un psicofármaco que usan para drogarse".

¿Uno se acostumbra a la muerte? "La gente usa esa palabra, pero te puedo asegurar que nadie puede decir "me acostumbré a la muerte". Uno puede to marla de otro modo, pero nunca acostumbrarse. Si no, nunca hubiéramos elegido esta profesión", sostiene Sandra.

Para las dos, lo más lindo del hospital es lo mismo: "El grupo humano, los compañeros y los pacientes. Acá atendemos a todos sin discriminar. Y el agradecimiento es enorme".

EL CAPELLAN

Pastoral especial. Así se llama, especial. La elección del padre Gustavo Sánchez es especialmente dolorosa. Desde hace ocho meses es el capellán del Muñiz. Y por ella dejó la parroquia de San Pantaleón en Mataderos. "Como seminarista había estado en el Gutiérrez y pedí que en cuanto hubiera un lugar en otro hospital me lo dieran. Dios me trajo aquí", dice.

A diario oficia misa en la capilla y recorre cada Sala: "Me detengo más en los que están solos. Son historias difíciles de gente que sufre desde mucho antes de enfermarse. Uno piensa qué hubiera hecho en una situación así y no puede concluir otra cosa: habría terminado en esa misma cama".

El padre duerme en una parroquia a cinco cuadras y pasa al menos nueve horas intentando devolverles un poco de dignidad a los pacientes. "Han sido discriminados toda su vida y les han hecho creer que ya no la tienen. Muchos mueren muy jóvenes, pero en esos 16 ó 20 años de vida se van con una sabiduría mayor de la que nos quedamos".

Elena Peralta,diario Clarín.
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